La política y la teología tienen enormes puntos de contacto. Podríamos decir que son tantos porque la primera es una disciplina que se escindió de la segunda, de la misma manera que en su momento la sociología lo hizo de la filosofía. Al igual que en este último caso, existe la tentación en muchos sociólogos en reducir los problemas filosóficos del hombre a cuestiones sociológicas, a convertirlos en simples capítulos bajo una mirada “científica”.
El lector de Hannah Arendt encontrará como la genial filósofa insiste en la vinculación entre la teología y la política. Ella, como filósofa política invitó a los teólogos a explorar los mismos problemas que ella, pero no encontró gran repercusión. No obstante, creo que sería muy útil revisar algunos de sus postulados y ver su aplicación a la teología en la Iglesia-ἐκκλησία, es decir, en la asamblea de los creyentes.
Lo primero que creo podemos rescatar es que para Arendt la política no es ni universal ni connatural al hombre, aún cuando sólo el hombre pueda ser un ser político.1 Lo mismo vale para la teología: sólo el Hombre tiene la capacidad de alcanzar conocimiento teológico, porque sólo él contó con la gracia de una elevación de su inteligencia hacia Dios; dicho de otra manera, Dios elevó la inteligencia humana al punto de que este puede contemplar su belleza (de forma limitada, claro está, pero real y concreta). No obstante, no todos los hombres han desarrollado conocimiento teológico, no todas las sociedades lo hicieron, ni todas las religiones ni todas las denominaciones, ni en todos los tiempos ese desarrollo se alcanzó.
Arendt señala que la característica de la política es la palabra, el consenso, el acuerdo y las relaciones de cooperación. El referente de lo antedicho fue la πόλις (polis), y su lugar el ἀγορά (ágora).2 Podemos esbozar como hipótesis, entonces, que la teología sólo ha tenido lugar en la ἐκκλησία en tanto que en ella ha dominado “La Palabra”, el Λογοσ (Logos). En la medida que las instituciones religiosas se esclerosaron y dejaron de lado el Λογοσ decayeron en una organización exotérica y ritualista, pero de la cual no se puede esperar vida. Así como una comunidad política al ser dominada por la violencia deja de ser política para convertirse en anti-política, una comunidad de creyentes, una ἐκκλησία que no es vivificada por el Λογοσ, sino que es dominada por el miedo, el ritualismo y la superstición, deja de ser ἐκκλησία y se convierte en un culto muerto que no tiene más atractivo que una reliquia en un museo. El mundo moderno se ha caracterizado por reducir la teología a una disciplina estéril, arcaica, una especulación sin sentido real ni concreto, reservado para una oligarquía de onanistas intelectuales. Debemos entonces devolver la teología a la iglesia, a la ἐκκλησία.